ESTACIONADO.


El viejo coche rojo. Oleksiy Tsuper.


El semáforo cambió a luz verde otra vez,
y todos aceleran 
tratando de dejar atrás este momento de cenizas;
y yo me quedo estacionado
viendo cómo se escapa la calle de mi infancia;
y ahí nomás está mi escuela,
y de una vereda a la otra apenas son cincuenta años
que me hacen creer que soy uno de los niños
en medio de la marea de guardapolvos
y de flequillos y de mochilas y de gritos.



y veo a mis hijos pequeñitos corriendo por la plaza,
sin presentir el sentido trágico de la vida,
acortando la felicidad irresponsable a cada giro,
ahí enfrente, a través del parabrisas;
pero ellos ya son hombres y no están conmigo,
y tienen sus propias tristezas en los ojos
y hablamos poco, hola papá, hola nene, ¿Cómo estás?
Y nos mentimos con un todo bien, nos vemos algún día.



Y me parece reconocer a mi madre
con los labios rojos y el pelo renegrido,
y los tacones altos retumbando por la acera;
sin embargo, mi madre tiene hoy los labios pálidos
y unos pocos cabellos blancos
y casi no me reconoce;
aunque yo mismo no me reconozco.



En su cama de hospital me pregunta por papá,
que donde está papá, que si va a venir hoy,
aunque papá se murió hace mas de diez años;
y sus ojos como dos escarabajos hundidos y brillantes
orbitan por el cuarto desconocido
tratando de descubrirle un detalle amigable,
y me mira y me dice qué cansado me veo.



Y está el barrio que ocupa el mismo sitio del cosmos
donde bufaban los toros de las locomotoras
con aquellos pasajeros devorados por el vértigo
y mis pisadas carcomidas por las hormigas del tiempo;
y entre Rodríguez Peña y Uriburu está mi casa,
que ya no es mía, que la expropiaron los olvidos,
con una corte de fantasmas yendo y viniendo por sus patios,
con mis ojos abiertos ante la tarde que sucumbe
sin entender esta evidencia, esta verdad ineluctable.




Otra luz verde se apodera del tráfico
pero no quiero moverme de esta esquina,
porque pienso que si no me muevo en el espacio
no seguiré moviéndome en el tiempo.



Raúl Ifran.


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